Foto en supermercado (Por Metro) |
Ayer en la mañana fui al supermercado Amigo en Plaza Guaynabo, mi pueblo que una vez fue de cinco estrellas pero que ahora parece venido a menos, y me dispuse a hacer la compra. Iba contenta porque era lunes, y aprovecharía el momento libre y sin complicaciones para esa engorrosa tarea de hacer la compra. Pero mi alegría duró poco. Me entró una ansiedad enorme por hacer una transmisión en vivo por Facebook, para denunciar la escena que acababa de vivir.
Esto fue lo que pasó: Yo iba de lo más feliz empujando mi carrito entre frutas, vegetales y congelados, cuando de pronto oigo cerca la voz de un nene llorando y gritaba: “¡Yo no soy negro!”.
Detuve mi camino, aguanté la respiración, y esperé a que doblaran la curva para entrar al pasillo donde yo estaba. Era un nene como de siete a ocho años que iba llorando mientras una señora como sesentona, que parecía su abuela, le decía: “Tú eres negro”, “Eres negrito”, riendo. Se oía sus carcajadas. El nene lloraba. “Oh no. Negro no. Yo no soy negro. Mira”, y estiraba el brazo para que la abuela viera su piel.
“Negro. Negro. Negro. Negrito”, decía la señora hasta que detuvo para no chocar su carrito de compra con el mío. Yo la miré fijamente. Ella cambió de colores. Se puso pálida, casi amarilla. Después de un rojo intenso, y bajó la mirada, mientras yo pensaba que ella sí tenía muchos colores. Como un camaleón. El nene no. Él era “café con leche”, pero más leche que café. Era cremita, o como dicen algunos, “trigueñito claro”.
Ahí fue que yo hablé. “Mira amor, no te desesperes. Ojalá fueras negro”, le dije al nene, que abrió los ojos enormes. Y yo no paré. Hablé sin respirar, como cuando tienes que decir algo rápido o como si fuera un comercial en el que tienes poco tiempo para llevar un mensaje. “Ser negro es mejor, y en el fondo es lo que todos quisieran ser, pero no lo admiten por miedo y por tradición. ¿Por qué? Porque ser negro es ser sólidos. Como el acero, pero flexibles, como el agua. Ser negro es ser lo que eres. No cambias de color. Aguantas más el sol. Eres más valiente. Además, eres historia. ¿Tú sabías que el primer ser humano, el primer homo sapiens, era negro? Era de África. Los negros somos los que venimos de una raza de hombres y mujeres que sobrevivieron el cautiverio y la esclavitud, y ahora luchan contra el discrimen. Y estamos aquí, aunque a algunos no les guste. Somos fuertes. Aguantamos. Construimos, hacemos. Apoyamos. Amamos. Matamos. Somos iguales, pero cuando nos enfocamos, somos invencibles. Por eso nos tienen miedo porque somos mucho más fuertes”. La abuela entonces logró articular palabras después de un silencio doloroso y ver mi intercambio con su nieto. “¡Ay Dios mío, estos nenes hacen unas cosas! Yo siempre le digo que no se puede ser racista, y que él es negro como todos los puertorriqueños que tenemos algo de negro”, me dice la abuela.
“El culo”, pensé yo, y levanté mi cara y sí, creo que la miré como cuando una pantera se dispone a asesinar su presa, pero no pude decir nada. Otras dos mujeres con sus respectivos carritos de compra habían entrado al pasillo, y miraban la escena. Una rápido dijo: “Ave María, ¿cómo le va a enseñar esas cosas a su nieto señora? Debería darle vergüenza. Eso es maltrato porque no lo está educando bien”, y la otra la miró con cara de desaprobación y movía su cabeza, “Eso es racista señora”, dijo. Yo las miré. Ambas tenían esa imagen de señoras de Guaynabo City, al estilo ese que describe Caterina Paola. Son de esas a las que este tipo de escena no les es de su agrado. Y ahí fue que me dio pena, y respiré. Recordé que estaba frente a un niño, que aprendería alguna lección de lo que estaba pasando.
El pobre nene me miraba con cara rara, y yo sin parar, le dije: “Mira amiguito, ojalá fueras negro. Ser negro es ser hermoso. Hasta Jesucristo era negro. Era oscuro y no rubio, como pintaron en Roma los primeros cristianos. Él era de Palestina y allí la gente tiene color. O sea. Hasta Dios era negro y lo niegan. Creo que es por miedo porque ser negro es tener poder. Somos bien fuertes, pero somos sensibles, y amamos. Y somos deportistas o cantantes y raperos. Maestros y policías. Además, somos superhéroes”, y callé porque él sonreía y me iba hablar. Entonces me dijo: “Ay sí, porque vienen de Wakanda como el Black Panther”.
“Wakanda forever”, le contesté yo, y crucé mis brazos en el pecho como hubiera hecho el T’Challa a su guardia de honor. Y él sonrió, y me hizo el mismo gesto: “Wakanda”.
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Seguí mi rumbo y recordé otra escena, casi idéntica, que me pasó siendo yo entonces una nena como de siete años. Fue en el supermercado Pueblo de la Avenida De Diego. Ese que ahora es un SuperMax.
En aquel momento Mami no trabajaba porque tuvo que quedarse a cuidarnos mientras Papi era un investigador en el Negociado de Normas del Departamento del Trabajo. No sé cómo lo hacían porque éramos cinco bocas para alimentar.
Mami nos vestía y nos peinaba como si fuéramos a una sesión de fotos. A, mi me hacía dos moños. En el lado izquierdo eran dieciocho rizos y en el derecho veinte, porque tenía más pelo en ese lado. Me llegaban hasta más debajo de los hombros. Yo siempre iba con los zapatos españoles de Chiquitín, en charol colores rojo y azul, las medias en puntilla blanca hasta la rodilla y la mini. Pipo, el segundo, tenía un pelo hermoso, pero crecía bien rápido y mami lo peinaba como podía. Tito, el tercero, era el flaquito. El pelo era el más rizo, y siempre hacía lo que Pipo dijera. Entonces estaba, mi primo Billito, que era el más chiquito y no se estaba quito. Los tres iban vestidos siempre iguales, con camisas del mismo color y pantaloncitos cortos. Y la bebé era Francesca. Esa iba en brazos o en el cochecito.
Caminábamos a todas partes. A la casa de los Figueroa para yo tomar mis clases de solfeo y piano. Del apartamento a Pueblo, de ahí bajábamos por la De Diego hasta la Calle Loíza, y de ahí hasta el parquecito o la pocita. Mami decía que teníamos que tomar el sol por la mañana, antes de las once. Y todas las señoras de las tiendas o que vivían por allí, nos conocían y nos decían adiós porque no era común ver una mujer tan flaquita y joven, con tanto nene que se portara tan bien. Siempre se lo decían.
Un día de esos fuimos al supermercado. Primero entró Mami. Trigueña. Después, en fila, entré yo. Negra. Siguió Pipo. Negro. Después Tito. Negro. Entonces entró Billito, blanco pero el pelo rizo, que algunos dicen ‘jabao’. Y entonces entró Papi con la nena en brazos. Papi negro, y la bebé, gordita, coloradita y con rizos rubios y ojos verdosos, parecía de comercial de Gerber o de Coopertone.
Y una señora encopetada del Condado fue mirando uno, tras uno y le dijo a Mami: “Nena, Dios te bendiga esa matriz porque al final se te aclaró y te salieron lindos los últimos dos. Esa bebé es preciosa”.
Mami se quedó callada, y Papi sonrió. Se le acercó y le dijo: “¿Es linda verdad? Igualita a su padre”. La señora miró a la nena, rubia y a Papi, negro y frunció el ceño. Viró la cara y se fue dando un zapatazo. Papi decía la verdad. La bebé era idéntica a mi tío Billy, que es rubio con un ojo azul y otro verde.
Nunca olvidé esa escena. Fue la primera vez en la vida que me enfrenté con el racismo y los prejuicios. Yo era una nena.
Por eso, ayer opté por no hacer nada. No quise que ese nene tuviera un mal recuerdo sino una lección de vida.
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Entonces miré las noticias, y vi un caso terrible que ocurrió en el estado de Georgia. Ese “Deep South que sigue siendo profundamente racista y ahora se sienten en libertad de decirlo gracias a Trump.
Una mujer blanca, de 71 años, y su hijo, insultaron a dos soldados en un restaurante. Eran mujeres negras en uniforme militar, y una estaba embarazada. Les gritaban “negras y lesbianas”, con un doble discurso de prejuicios y odio que precede agresiones. Como si el hecho de ser mujer, y negra, no fueran motivos suficientes para sentir el prejuicio, a esas mujeres el añadieron el discrimen por orientación sexual La mujer blanca incluso llegó a agredir a una de las soldados que grabó el incidente en un teléfono celular. (REFERENCIA: http://www.dailymail.co.uk/news/article-5626939/Black-servicewomen-victimized-racist-attack-named.html)
Una mujer blanca, de 71 años, y su hijo, insultaron a dos soldados en un restaurante. Eran mujeres negras en uniforme militar, y una estaba embarazada. Les gritaban “negras y lesbianas”, con un doble discurso de prejuicios y odio que precede agresiones. Como si el hecho de ser mujer, y negra, no fueran motivos suficientes para sentir el prejuicio, a esas mujeres el añadieron el discrimen por orientación sexual La mujer blanca incluso llegó a agredir a una de las soldados que grabó el incidente en un teléfono celular. (REFERENCIA: http://www.dailymail.co.uk/news/article-5626939/Black-servicewomen-victimized-racist-attack-named.html)
Ese caso me hizo palpable el hecho de que seguimos en un mundo profundamente racista, no sólo en Puerto Rico y en los Estados Unidos, sino en todo el mundo.
La lucha para erradicar el discrimen no termina. Sólo se logra mediante el diálogo y la educación, y se tiene que arreciar en momentos como el que vivimos. De lo contrario, terminaremos destruyéndonos todos.
“Debemos aprender a vivir juntos como hermanos o perecer juntos como necios”, Martin Luther King Jr.