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La opinión pública gastada

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El que sepa cómo colocar su mensaje, tiene más posibilidades de mover esa opinión, que está gastada con métodos tradicionales.


A la opinión pública le pasa como a los políticos y a otras instituciones: pasa por una crisis de identidad provocada por la falta de credibilidad. Como abunda el escepticismo, no es tan fácil tratar de mover percepciones y convencer al público de tomar acciones. Ahora es más difícil tratar de convencer a la gente – sea audiencias, electores, huelguistas, consumidores o seguidores – a que creen en su mensaje, hagan lo mismo que antes y se muevan.
Todo esto tiene implicaciones para los gobiernos, los partidos políticos, las empresas, las relaciones públicas, los medios de comunicación  y cualquier institución que necesite lograr que la gente opine a su favor o los endose. Como ya nadie cree en nada, no se pueden usar los mismos métodos de antes. El problema es la terquedad al pretender hacer lo mismo.
En los talleres que doy de relaciones públicas cuando me toca hablar de la opinión pública cito estudios que demuestran que ésta se crea desde un sentimiento o noción generalizada, luego genera un asunto o ‘issue’ público y crea grupos o públicos a favor y en contra. Esto genera un debate durante un tiempo que poco a poco va formando una opinión generalizada y mueve a una acción colectiva.  Esto es cierto, pero a la vez, distinto.
No hay que entrar a hacer un estudio sociológico de lo que es la opinión pública actual para concluir que: 1) se mueve por el colectivo, 2) que se puede manejar y manipular, y 3) que los medios de comunicación inciden grandemente en lo que se determina es o no es la opinión pública. El asunto es que la opinión pública ahora es una comunicación política porque vivimos en una sociedad masificada en la que los medios determinan en qué enfocarnos. El que sepa cómo colocar su mensaje, tiene más posibilidades de mover esa opinión, que está gastada con métodos tradicionales.


Tomemos ejemplos recientes. La semana pasada el activista político-social Tito Kayak paralizó la construcción de un paseo lineal en San Juan donde tumbaron unas palmas. Provocó un tapón monumental y la prensa cubrió  la noticia, sin embargo, las opiniones de la gente tanto en la radio como en las redes sociales, fueron adversas. ¿Por qué? Porque él tiene un problema de credibilidad en su mensaje y proyección. También tiene que ver con su discurso. Antes protestó contra la Marina en Vieques y contra la construcción de Paseo Caribe, pero mantiene un silencio sepulcral contra asuntos medulares que tocan a todos como el alza del narcotráfico proveniente de Venezuela hacia la Isla Nena, tal y como se reportó en este diario la semana pasada. Entonces, sus acciones no necesariamente representan al colectivo.
Aunque a en términos generales, si se hace una encuesta, la población dirá que favorece la protección del ambiente, no es menos cierto que el público está harto de las manifestaciones y protestas. Por eso es que las huelgas ya no tienen efecto. En la década del 90 se abusó de múltiples huelgas y protestas  –algunas exitosas – pero ahora la gente no quiere protestar. Lo ven como una interrupción en sus quehaceres diarios y lo rechazan. Esto, tiene un impacto directo, por ejemplo, para el movimiento sindical que tendrá que usar otras tácticas. También para los políticos porque a todos se les hace difícil buscar multitudes para mítines como antes. No hay un solo partido político ni candidato que hoy mueva lo mismo que hacían otros hace 20 o 30 años. Es la realidad. Este método de mover la opinión pública, ya no es efectivo.
Lo mismo pasa cuando se escucha a la gente decir “la política apesta”. La gente está decepcionada con todos partidos, pero los medios informativos insisten en dar programas de política o de status – para rellenar espacio y que sea más barato de producir. Lo cierto es que si se hace un sondeo, al público no les interesa ese tema. Al menos, no en un año preelectoral. A la gente no le interesan los políticos sino sus bolsillos, aquello que los agobia o ven como un abuso. Una prueba reciente fueron las cinco columnas más leídas en el 2014 en este diario. Ninguna fue de política. Los temas preferidos fueron laeconomía y los derechos de la gente. Otro ejemplo es que en la radio FM y en la televisión, los programas de mayor audiencia son de entretenimiento.
Ante el hecho de que ni los medios ni los partidos políticos necesariamente responden a lo que la gente necesita o quiere, la gente ha tenido que convertirse en actores de su propia realidad. Pasó por ejemplo, con la comunidad gay (LBGTT) que se convirtieron en actores políticos y obligaron a los políticos a moverse a su favor, dejando sorprendidas a otras instituciones, como por ejemplo, los religiosos.
Tomemos otro ejemplo distinto. Las Fotomultas y el AutoExpreso. En este caso, el público sí se movió y obligó al gobierno a cambiar la política pública. Desde hace meses Gilberto Arvelo, conocido como el Dr. Shoper, en su función de fiscalizador, viene denunciando los esquemas de ambos proyectos. No fue sino hasta que la gente empezó a sentir en sus bolsillos el costo de las multas, que empezaron a moverse. Sin necesidad de tener un líder, la gente fue poco a poco dejando sentir su malestar en la radio, en las redes sociales y hasta en manifestaciones mañaneras en las carreteras. Luego, una mujer llamó en WKAQ y puso en evidencia al titular del DTOP con el esquema y se convirtió en la portavoz del sentir de la gente. Al gobierno no le quedó más remedio que cancelar las Fotomultas y devolver el dinero de las multas de Auto Expreso. En estos casos había ya un movimiento social que se cristalizó de inmediato.
Todos estos cambios tienen un impacto y al público no se subestimar porque mueven la opinión de otras maneras. Sea en contacto directo o sea por redes sociales, el ciudadano se ha dado cuenta de que el político no les hace falta para mover sus intereses. “It’s another ball game”, como dicen en inglés, porque ya la opinión pública está gastada.

Nota: Esta columna fue publicada en El Vocero, hoy 3 de febrero de 2015 http://elvocero.com/la-opinion-publica-gastada/



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