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Julia y Víctor

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(Esta es la segunda parte de la columna publicada el 4-7-2019 en Noticel “Keleher = ¿Fajardo en inglés?)

No es una historia de amores rotos y corazones despechados. Aunque parezca la trama de un culebrón turco, no se trata de una telenovela, pero sí son historias paralelas. Historias que parecen repetirse, o que tienen tantos elementos en común que mantienen a todo el pueblo pensado, molesto y con miedo. Julia y Víctor. Víctor y Julia. Dos nombres que tienen como elementos comunes su relación con el gobierno; con dos gobernadores de apellido Rosselló, que son padre,  hijo, y ahora hermano; ambos lideraron los proyectos emblemáticos de dos administraciones y ambos estuvieron al mando de la agencia con el mayor presupuesto del país, el Departamento de Educación (DE).

Aún con los recortes, la baja en la población producida y la crisis económica, el DE sigue siendo la agencia con el mayor presupuesto del gobierno, que ronda los $3,500 millones. Es mucho dinero para administrar y distribuir, porque toca cientos de miles de vidas e incontables historias de niños, padres, maestros y comunidades vinculadas al sistema de educación pública en Puerto Rico.

No hay la menor duda de que Julia Keleher y Víctor Fajardo tienen muchos paralelismos. Ambos exsecretarios de Educación salieron de sus puestos en medio de controversias. El primero por ser convicto federal, y la segunda porque tuvo que renunciar en medio de una pesquisa federal.

Porque es un tema que reviste un alto interés público, y porque llevo décadas observando y relatando lo que veo en esa agencia en mi quehacer periodístico, hay que poner las cosas en contexto.

En los tiempos de Fajardo-Rosselló, o sea Víctor Fajardo y el exgobernador Pedro Rosselló, yo estaba de reportera en la calle. Recuerdo que estando en el periódico El Nuevo Día se tuvo que acudir a los tribunales múltiples veces contra Fajardo, en el proceso que dio pie a las demandas del diario contra la administración. Fajardo y La Fortaleza se negaban a dar información pública básica sobre cómo se establecían las primeras 100 “Escuelas de la Comunidad”, como se le llamó a aquel programa emblemático del gobierno de Pedro Rosselló.

Al final, fue parte de esa misma información que no querían soltar sobre cómo se distribuía y se usaban los fondos estatales y federales del DE lo que mandó a Fajardo a la cárcel. Terminó cumpliendo 12 de los 25 años de su condena tras declararse culpable de robar $4.3 millones que desvió para el Partido Nuevo Progresista y para su lucro personal.

Ahora con la distancia del tiempo veo y contrasto lo que antes cubrí como reportera en la calle y lo que vivo ahora. No sólo en mi función de analista, sino en la vivencia personal.  Como soy madre de una niña de educación especial, tengo la experiencia directa de ver lo que pasa en la agencia y puedo identificar lo que está bien y lo que no es normal. He visto y experimentado lo mucho que se sufre con la burocracia y la negligencia que se arrastra desde hace años, pero igual sé del compromiso de muchos empleados. Son muchos, antes y ahora, los empleados que siempre han sido consistentes dan la milla extra, y su objetivo es el bienestar de los niños.

Al hacer la composición de lugar con la experiencia periodística y personal de antes y ahora, y le añado la manera en que el gobierno maneja el asunto, la realidad actual y las polémicas con el presidente Donald Trump, tengo que concluir que el efecto de Keleher es y será peor que con Fajardo.

Muchos de los niños que se graduaron del 1994 al 2013 bajo la incumbencia de Fajardo, se quejaban de que sus diplomas de graduación tenían la firma de un secretario que fue convicto. Ese lastre quedó, pero se olvidó relativamente rápido porque en aquella época, el magisterio no sufría como ahora.  Corría entonces el dinero, los maestros estaban más o menos bien, los comedores escolares funcionaban, había actividades y fondos, y por eso muchos repetían ese detestable refrán pueblerino que se hizo famoso en esa administración Rosselló: “robaron, pero hicieron obra”.

En síntesis, Fajardo no fue un elemento disociador en la agencia que dirigía. Keleher sí. Ella siempre demostró arrogancia, petulancia y una actitud de que por ser americana, habita en un nivel superior que los demás, especialmente padres y maestros.

Ella comenzó su función quejándose de que venía de afuera del sistema, pero desde La Fortaleza le habían nombrado a todo el equipo que dirigiría el departamento. Por eso Keleher fue contratando poco a poco a sus asesores, muchos que trajo de Estados Unidos pagando miles anuales, para que la ayudaran en temas específicos y por las regiones. Fue una doble gerencia: la del monstruo político-partidista y la que ella misma creó con sus contratistas. Sin embargo, el resultado de sus gestiones es lo que más la afectó.

Ahora hay una similitud. Keleher llegó anunciado unos cambios necesarios y esperados por todos.  Hay menos población y había que reestructurar el sistema, reducir escuelas y reducir gastos porque los númerosno mienten. Hay una crisis económica y hay que hacer ajustes. El problema ha sido el método. Nunca se han tomado en cuenta a las comunidades afectadas, se descartó el sentir de padres y maestros, y, como pasó cuando Fajardo, no ha habido transparencia. Tampoco se despolitizó el sistema, como se esperaba cuando llegó la secretaria. Ahora sus acciones son más cuestionadas que nunca.

Ella destruyó comunidades, impuso a la trágala cierres de sobre 400 escuelas, otorgó contratos, fue malcriada, grosera y despectiva con padres y estudiantes. Dejaba con la palabra en la boca a los niños y los metió en vagones. Humilló a los maestros, exigía trabajo en exceso, violó acuerdos sindicales y los mantuvo por dos años en estado de ansiedad, sin saber si su escuela quedaría eliminada, o hacinada. Les negó materiales y los denigraba. Les negó la dignidad que merece todo maestro, mientras ella devengaba un salario de un cuarto de millón de dólares y mantenía otros acuerdos con el gobierno como contratista-secretaria. En otras palabras, se comportaba como “the ugly American”.

Pero hizo más. Doy fe y testimonio de que ella no quería tocar ni con una vara larga a los niños de educación especial. Nunca los quiso atender, como han denunciado otras personas, incluyendo a Carmen Warren y otras madres del grupo del Pleito de Clase Rosa Lydia Vélez. En una ocasión se le acercaron unos niños con autismo y ella los rechazó. Es decir, nunca ocultó el asco y repulsión que le producen los niños con impedimentos, por eso las historias de la repugnancia de Keleher a esa población son muchas. 

Ella quería imponer unos cambios que eran necesarios, pero lo hizo aplastando, sin importarle las consecuencias y sin crear sistemas para mejorar la enseñanza. Empujó la Ley 85 de la Reforma Educativa para reestructura del DE y siguió al pie de la letra su plan de ir cerrando escuelas por áreas para generar la necesidad y crearle un mercado a las chárter. Eso lo describió bien una maestra de Caguas en un vídeo que se hizo viral en las redes sociales.  (Ver: https://www.facebook.com/Alicito25/videos/857135617955551/).

Por eso es que hay que comparar lo que pasó con Fajardo y Keleher. Sus paralelismos y diferencias. Fajardo fue humilde y todavía baja la mirada porque parece que siente vergüenza. Keleher no. Ella reta. Es zafia. Se cree superior. Su paso por el DE será uno de lo más detestados en la historia de esa agencia. Será recordada por todo lo malo que hizo.

Hace como tres semanas me fui a compartir con familiares y amigos en uno de los icónicos restaurantes al aire libre en La Placita en Santurce. Caminando entre la multitud me topé de frente con Víctor Fajardo y a él no le quedó más remedio que saludarme. Hacía 17 años que no hablábamos. Lo vi canoso, mayor, pero fuerte. El tiempo había pasado, pero se veía bien. Le extendí la mano y lo saludé. Conversamos brevemente, y cabizbajo, rápido se fue su amigo. Noté en su mirada que lucía un tanto abochornado, y pensé que ahora disfruta en libertad su retiro y el dinero que dejó. Ya cumplió, mientras otros que se beneficiaron de sus actos, siguieron por la libre.

Y no pude evitar pensar en que ha pasado toda una generación. Veinticinco años entre Fajardo y Keleher. Veinticinco años entre el gobierno de Pedro Rosselló y su hijo Ricardo Rosselló. Al padre le sacarán en cara siempre los actos de corrupción que se dieron en sus ocho años de administración. El hijo en sólo dos años ya tendrá la marca indeleble de la negligencia. Primero por las muertes de miles de puertorriqueños en el huracán, y también por los problemas en educación. El tiempo dirá si en esa agencia también habrá convicciones por corrupción. Esta es la educación del pueblo.




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