“Nuestra sociedad no está preparada para enfrentarse al reto… no se atiende a esta población y todo se orienta a los jóvenes”
Esta es la semana donde el mercado nos obliga a pensar en San Valentín. Hay que comprar chocolates, flores y enamorarse. Es la semana del amor y la amistad, pero yo pienso en los viejos.
Pienso en ellos porque Puerto Rico se está convirtiendo rápidamente en un gueto de viejos. Y de viejos pobres. Una pasa por las calles de urbanizaciones de clase media, y cada día ve más casas vacías o con letreros de “se vende”. Las habitadas tienen residentes que son en su mayoría ‘baby boomers’, esa generación de mayores de 60 años de edad. En los residenciales y barriadas, al igual que en los campos o en los cascos urbanos de los pueblos, también abundan los viejos, casi siempre marginados, solos y pobres.
Con mirar detenidamente nuestro alrededor, una puede pensar que el negocio del futuro en Puerto Rico será el de envío de valores. Los hijos que ahora se están marchando del País a trabajar, dejando acá a sus padres, les tendrán que enviar dinero para ayudarlos a sobrevivir como hacen los hijos de la República Dominicana y de tantos otros países en los que la economía, la política o la pobre calidad de vida los obliga a emigrar.
En mi columna de la semana pasada, que titulé ‘Indeseables, pa’ fuera del país’ (http://www.vocero.com/indeseables-pa-fuera-del-pais/) decía que me consta que varios líderes en círculos de poder se están planteando la necesidad de establecer una política pública de cabildeo a nivel del Gobierno federal para que se eliminen fondos de bienestar social y forzar así la emigración de personas dependientes del Estado. De este modo, contrarrestarían la emigración que se está dando –que es la de jóvenes profesionales– y evitarían que la clase media siga desapareciendo. En la última década han emigrado más de 579 mil puertorriqueños.
Uno de los principales resultados de esa emigración de jóvenes es que se quedan los viejos. Ante nuestros ojos se está dando un cambio profundo en la estructura de la población puertorriqueña y parece que a nadie le importa porque los temas que nos ahogan en la discusión pública siguen siendo el estatus, las politiquerías y la criminalidad. Pocas veces se habla del impacto actual y a largo plazo de este cambio demográfico.
Según el Censo del 2010, el 14.5% de los habitantes de la Isla tenía en ese momento 65 años o más, el doble del promedio para Latinoamérica y el Caribe (7%) e incluso superior a la cifra de Estados Unidos (13%). En nuestro entorno caribeño, solo Cuba –con un 12.4%– se acerca a la proporción de viejos en Puerto Rico. Las proyecciones del Negociado del Censo apuntan que en tan solo siete años, o sea, para el 2020, la población de 60 años o más representará un 25.5 por ciento de la población total de la Isla. O sea, una cuarta parte de nuestra población será de edad avanzada. Esto se debe a que vivimos más. La expectativa de vida de 78.8 años (75.3 años en hombres y 82.7 años en mujeres).
Más de la mitad de los viejos son mujeres y todos viven en pobreza. Muchos viven del Seguro Social, cuyos fondos están bajando, pero muchos otros del Programa de Asistencia Nutricional que no alcanza para cubrir los gastos médicos o de cuido de los envejecientes.
Este envejecimiento de los puertorriqueños tiene muchas consecuencias que nadie menciona y que van desde una reducción en la fuerza laboral y entre los estudiantes a nivel escolar y universitario, hasta un aumento desproporcional en la necesidad de servicios para los viejos. Estos servicios como los médicos, la transportación, cuidados en la enfermedad y otros, auguran aumentos en los costos de los programas de bienestar público que terminarán pagando menos personas. O sea, que la clase media productiva, que cada día se achica más, terminará cargando esos costos.
Nuestra sociedad no está preparada para enfrentarse al reto de la vejez acelerada. No se atiende a esta población y todo se orienta a los jóvenes. Miren la publicidad y verán anuncios y comerciales para los jóvenes, relegando a los viejos a ser invisibles. Con la excepción de ciertos planes médicos dirigidos al mercado de envejecientes que muchas veces los presentan bastante lejos de la realidad o en medio de bromas, poco se dirige a esta población. La cultura que nos empuja a preferir la estética joven, la proliferación de cirugías plásticas para ocultar la edad, los tintes para esconder las canas, el maquillaje para que no se vean las arrugas y tantas otras cosas que hacemos a diario hombres y mujeres por igual, simplemente son muestras de que queremos negar nuestra propia realidad de que todos los días nos ponemos un poco más viejos. Todos vamos a eso.
En la sociedad puertorriqueña es habitual que hagamos como el avestruz, que esconde la cabeza cada vez que tiene un reto encima. Se nos ha enseñado a hablar de cualquier cosa o de quejarnos de todo en vez de actuar y buscar soluciones. Con nuestros viejos, todavía tenemos tiempo de prepararnos. Es hora de mirarnos en un espejo y aceptar la realidad. Es hora de actuar.
(Esta columna fue publicada en El Vocero el 13 de febrero de 2013 - http://www.vocero.com/puerto-rico-un-gueto-de-viejos-opinion/)