La noticia me llegó hace unos días como hoy suelen llegar muchas: por Facebook. Para los periodistas más jóvenes y los novatos que nacieron desde Google para acá, pasó inadvertida. Pero para los de mi generación, que nos curtimos en las luchas por hacer un periodismo serio a finales de los años 90, para los ochentosos, y para nuestros mentores de las décadas anteriores, chocó. Fue como un golpe, de esos que te da en el pecho y te sacude, porque sabes que nunca volverá a existir uno como él. Único. Irrepetible. Inolvidable. El caballero de la eterna sonrisa volaba alto. Gino Ponti se fue.
Era, para muchos, uno de los mejores editores que ha pisado sala de redacción alguna en Puerto Rico. Como periodista era valiente, arrojado. Uno de los más avezados, que hurgaba y preguntaba sin cesar pero con un respeto que ya casi no se ve en el periodismo. Después de todo, Gino estaba asignado a cubrir las noticias duras, las policíacas, y con los años, se había curtido con esa faena. Pero la crudeza que vio y narró en tantas historias no le afectó su semblante. Guardaba la distancia prudente para poder ver todos los lados de la noticia, y al final, sacaba unas crónicas que eran de antología.
Fue, sin duda, una de las más fulgurantes estrellas de lo que un día llegó a ser el medio de comunicación más respetado, el mejor en Puerto Rico, The San Juan Star. Trabajó allí desde el 1973 cuando llegó a la isla, y pasó por los mejores años del ejercicio reporteril y de ese medio, en esa época en que en la sala de redacción lo acompañaban maestros inigualables y legendarios como un Tomás Stella, un Manny Suárez, una Eneid Routté-Gómez, una Lorelai Albanese, una María Padilla, un Andrew Vigglucci, y tantos otros que hacían verdadero periodismo investigativo. Sin miedo, con responsabilidad.
En el 2010 publicó su libro ʺ A Reporter’s Notebook in Puerto Ricoʺ, que incluye algunas de sus crónicas y reportajes publicados en el Star. Aunque son cortos, reflejan el espíritu aventurero, jovial y gracioso de Gino. En una de las historias narra cuando se quedó literalmente atrapado por su oficio cuando en uno de sus despites fue al baño mientras cubría unas vistas aburridas en un edificio del gobierno federal en Hato Rey y se quedó encerrado. Al salir descubrió que todos se habían ido ya y que estaba solo. En el libro también recoge la serie que publicó sobre las drogas y cuando, de noche, entró en la barriada La Perla para entrevistar a traficantes y usuarios. La manera en que narraba y describía las escenas hace que uno como lector se sintiera presente en ese sórdido ambiente de miseria que provoca la adicción.
El libro incluye una serie de sus reportajes dedicados a William Gordon Pagán, un hombre encarcelado durante siete años por un crimen que no cometió. La serie fue instrumental para su liberación al traer a la atención del Departamento de Justicia evidencia que no había aparecido en el juicio.
El libro también tiene una serie que tuve el gusto de leer en el Star en el momento en que salieron originalmente publicadas, como para el 1995, y que me impactaron de por vida. De hecho, me marcaron tanto que me hicieron ver el ejercicio del periodismo de otra forma, más humano, más compasivo. Fue aquella serie en la que Gino se convirtió en deambulante y vivió con ellos por varios días. En cada crónica describía el rechazo de la gente hacia los desamparados de la calle y las penurias que experimentaban.
Esa serie me caló tan hondo que casi cinco años más tarde, estando yo de reportera en El Nuevo Día, le dije a Gino que me ayudara porque que quería hacer algo parecido. Yo había estado con el doctor José Vargas Vidot en uno de las intervenciones de Iniciativa Comunitaria en Río Piedras, cerca de la Universidad de Puerto Rico, y conviví con personas de la calle y adictos.
Recuerdo que la primera nota la titulé ʺEl valle de los caídosʺ, y tuve que luchar con mi editora de entonces para que aceptara ese título. Lo que ella no sabía, porque nunca le dije, era que fue Gino Ponti quien me lo había sugerido. El, tan generoso como era, fue quien me guió en la cobertura, en cómo hacer esas notas, cómo describir las escenas sin lucir clichosa ni sentimentalista pero con sensibilidad y respeto. Gané reconocimientos con esos artículos y se los dediqué a Gino, aunque él no trabaja para mi medio.
Es que él era así. Todo el que lo conocía lo quería. Gino era otra cosa. Tenía un sentido del humor único, y siempre estaba dispuesto a darle la mano a los nenes, o sea, a los nuevos reporteros, fueran del Star o de la competencia. Derretía a todo el que lo conocía con esa voz baja, pero siempre acompañada de una sonrisa, que te decía a quién preguntar, que adjetivo usar para describir una escena, o te señalaba que ángulo te hacía falta para completar una historia. Era generoso con los compañeros, y por eso se daba a querer.
Olía a la peculiar esencia del cigarrillo que siempre lo fumaba como hacían los periodistas de antes, hasta que tuvo que dejarlo, pero entonces se paraba cerca de los que fumaban para disfrutar el humo que dejaban los otros. Con su cafecito en mano, solía consentir a los compañeros en la redacción del Star, y cuentan que les llevaba antojitos, que les preparaba sándwiches con jamón italiano y con mucho cariño.
Gino Ponti entrevistando al líder del Partido Independentista Puertorriqueño, Rubén Berríos Martínez. Foto por Mauricio Pascual. |
Nunca trabajamos en un mismo medio pero sí fue uno de mis mejores colaboradores en mis años dirigiendo el Overseas Press Club. Gino, junto a Maggie Bobb, redactaban los libretos más cómicos del mundo cuando en las galas se hacían los espectáculos de parodias, los llamados ʺLampoon Shows , en los que los reporteros satirizaban a los políticos presentes. Recordemos que quien originó esas sátiras fue Eddie López y años después lo siguieron sus compañeros en los Rayos Gamma.
En mi último año como presidenta, Gino participó menos del ʺLampoonʺ. Ese año, el 2000, el libreto recayó en Normando Valentín y en Maggie Bobb, pero Gino no dejó de salir a hacer reír a todos los presentes con la interpretación de un borrachito viendo a los legisladores corruptos de la época.
Fue en esos años que me enteré el por qué Gino tenía tanta sensibilidad y profundidad ante la vida. Había trabajado como pescador, trabajo en la radio y hasta fue en una época anterior, boxeador. Pero Gino también era pianista y un lector voraz. Era un hombre completo, curtido por la vida,y por las experiencias . Por eso sus reportajes eran tan interesantes. Porque aportaba ese trasfondo, esa profundidad, esa amplitud de visión que escasea hoy. Para ser un buen periodista hay que tener calle. No se hace periodismo sentado desde una sala de redacción contestando teléfono o mirando en la web. Es más que eso.
Pero la vida de reportero de Gino tuvo tambien momentos malos. El peor fue cuando tuvo que dejar de publicar en el Star, cuando ese diario en el 2008, terminó de despedir a los que quedaban en la redacción. Esos fueron años duros porque el entonces dueño, Gerardo Angulo, sin pudor, pretendía que se hiciera propaganda política y acomodaticia a sus intereses en las páginas del diario que fue el único en obtener un premio Pulitzer en la historia de Puerto Rico. Fue penosa esa época en la que las leyendas como Gino, Manny, Eneid, Lorelei y otros más jóvenes como Víctor Maldonado, Gabriela Paese, Michelle Kantrow, John Marino, Valerie López, Eva Llorens, Proviana Colón, Mauricio Pascual, Marty Gerard Delfín, Aura Alfaro, Sara del Valle, Albert Cruz y otros tuvieron que irse, poco a poco, empujados por la avaricia de ese glotón empresario mediático.
Hoy, muchos buenos periodistas viven las mismas penurias al quedarse sin trabajo, fuera de un medio que cierra por motivos económicos, pero quizás hoy el escenario es un tanto peor. Hoy vemos que grandes sectores en el periodismo están en una crisis existencial por la falta de seriedad o por el miedo generalizado y la superficialidad o los amiguismos en las coberturas. Para enfrentar estas tempestades, los reporteros de ahora, por desgracia, no cuentan con los consejos de los mentores de antaño, como lo fue Gino.
Su desprendimiento con los compañeros será inolvidable, como también lo será el gran amor que le tuvo a su familia.
Su esposa Nelly, y sus hijos, el gran espeleólogo Rossano Boscarino, y su hija, sin duda una de las mejores judocas en la historia de Puerto Rico, Lisa Boscarino, hoy lloran su partida física de este plano terrenal. Y todos los que lo conocimos, lloramos con la misma pena, pero no podemos olvidar que él era feliz. Era libre. Y como tal, hay que recordarlo. Con el color que traía a la vida con su mera presencia. Hay que recordarlo como era, con libertad y felicidad, como el caballero de la sonrisa eterna que fue.
Yo nunca te olvidaré Gino.You were a dear friend, a mentor, and unlike many others, you really made a difference. Farewell, my friend. Descansa en paz.
Con amor,
Sandra