Anoche fui a ver la obra “1843
Por Maricón” y descubrí dos cosas importantes. La primera es que esta es
una de las piezas teatrales dramáticas más trascendentales de los últimos
tiempos, no sólo por el libreto que es sublime, sino por unas actuaciones excepcionales
que dificulto puedan ser superadas. Y la segunda cosa que descubrí, aunque ya
me lo temía, es que en Puerto Rico el discrimen contra los homosexuales está
vivito y coleando. Es algo que no se ha ido, por más fachada e imagen de
apertura que se quiera dar. La homofobia es real y palpable hoy en el 2023 como
lo fue en el 1843.
La homofobia es la única explicación posible que encuentro para contestar el por qué esta pieza teatral no aparece hoy en las portadas de todos los periódicos del país ni ha sido reseñada, que yo sepa, por la televisión local. Es eso, porque no hay otra razón lógica, para entender el por qué no se habla de la belleza de esta pieza tanto en composición, como en ritmo, en parlamentos y lo sublime de las actuaciones.
Joaquín Jarque y otros actores en esta magínfica pieza |
La sensibilidad prima en cada una de las líneas
en ese parlamento hermoso y largo, y duro que escribió Roberto Ramos Perea para
representar lo que posiblemente fue el primer proceso judicial en Puerto Rico
contra un hombre mulato, acusado en el año 1843 por el terrible mal de querer a
otro hombre.
Love is love is love. Amor es amor es amor, dice el refrán que usan
en el marketing de la diversidad en estos tiempos, pero en el siglo 19, cuando
se forjó gran parte de la identidad nuestra como pueblo, toma otros colores. Esta
pieza basada en hechos reales, en un caso que se incoó contra unos
homosexuales, explica quizás ese odio que todavía existe hacia las personas LBGTTQI+
y que se traduce en chistes de mal gusto, burlas o en casos extremos como el de
Alexa, en asesinatos. Esta pieza lo explica. Va a la raíz de nuestro desarrollo
como pueblo en esa identidad puertorriqueña que arrastramos aquí o en la
diáspora. Es lo que somos, aunque no lo aceptemos.
Eso se saca a partir de las actuaciones, que
tengo que describir como hermosas en todos los intérpretes que participaron en
esta obra. Confieso abiertamente que estuve múltiples ocasiones con el corazón
en la boca, y fue tan y tan real el dolor que experimentaron y que lograron
interpretar los actores, que yo sentía como si estuviera presenciando la realidad,
no el teatro.
Nelson Alvarado en el personaje principal |
En esto tengo que dar un reconocimiento público al actor Nelson Alvarado, que interpreta el personaje principal del sastre mulato Francisco Sabat. Soy dura, y como periodista he visto de todo, quizás por eso me sorprendió tanto cómo me viví su actuación hermosa, al punto en que no hubo una sola escena en la que no me brotaran las lágrimas al ver su maestría en la interpretación. La sutileza de los movimientos de sus manos, el cambio en las miradas, sus cejas, su caminar, la fuerza de su voz encarnó a un ser vivo que fue ese mulato. Alvarado logró llevarnos a sentir lo que sufre una víctima de un proceso atroz, en el cual el personaje de la vida real fue torturado y encarcelado por el sencillo pecado de amar a otro hombre.
Junto con él, estaba su contraparte. El amante español que también
vivió el ultraje de ser condenado por ser homosexual. Este otro personaje de José
Colombo lo interpreta Israel Solla, un veterano de las tablas y de la Compañía Nacional de Teatro. A Solla y a Alvarado
los he visto en múltiples obras, pero en esta pienso que fueron perfectos. Solla
logró casi a la perfección el acento andaluz de un amante enamorado y frustrado
con los tiempos que le tocó vivir. Sus movimientos en escena parecían un baile coreografiado
a la perfección, y la sutileza de sus manos transmitían ese minuto al minuto de
esa vida que buscaba aprovecharse lo poco que tenían para ser felices.
Sonia Rodríguez y Cybel Delgado
Después de esos dos personajes principales, destaco otros dos miembros del elenco que fueron un hilo conductor que nos llevó a amarrar y entenderlo todo con una excelencia interpretativa inigualable. Destaco en primer lugar a la actriz Sonia Rodríguez en el papel de la negra esclava liberta, Juana Almira, que se convierte en alcahueta de su hijo homosexual. A pesar de la ilegalidad, de la inmoralidad, es madre ante todo y todo lo da por su hijo. Cada golpe que recibió en esa obra demuestra no sólo la vida de los negros en Puerto Rico, sino la de una madre ante el horror de perder a su descendencia. Fue una actuación extraordinaria.
El otro personaje que destaco es el del fiscal
Antonio López, que lo interpreta Joaquín Jarque. Aquí tengo que declarar una
verdad. Conozco a Joaquín, lo aprecio en lo personal, y lo distingo como uno de
los mejores actores de nuestros tiempos, pero tengo que decir que en esta obra
fue como si fuera otra persona desconocida para mí.
Es que Joaquín Jarque se metió tanto en el personaje del homofóbico fiscal que temblaba de odio y hacía que una olvidara que era una actuación, de tan real que lo hizo. Destilaba ese odio que brota de entrañas enfermas hacia los homosexuales y cada palabra que emitía con su vozarrón característico nos hacía sentir lo despreciable que puede llegar a ser un ser humano que odia a otro. Fue excepcional y demostró así esa capacidad histriónica que tiene Jarque, esos 40 años de insuperable carrera actoral que constituye casi una obligación no perdérselo en escena. Hay que ir a verlo.
Una mención importante que no puedo olvidar es
el personaje de la intrigante prostituta Margaritza Hernáiz, interpretada magistralmente
por Cybel
Delgado. Ella, junto a la actriz Melissa Reyes en el personaje de la prostituta
Felipa Sierra, cargan con gran parte de la responsabilidad de que el público entienda
las consecuencias de las intrigas y cómo el odio genera muerte. Aplausos a
ambas actrices.
Jesús Aguad en el papel del torturador Domínguez,
y Luis Javier López como el procurador, son parte del elenco, que incluyó a un
médico, a soldados, a mujeres del pueblo y a otros personajes importantes que
pintaron trazo por trazo de su actuación en escena, la realidad del Puerto Rico
de hace 180 años.
Esta fue una obra larga, de casi tres horas de
duración, pero uno no se puede despegar porque cada línea fue pensada y te
lleva a sentir que estabas allí. Realmente es una pieza magistral que merece de una cobertura extensa
de la prensa puertorriqueña, para que de aquí a 180 años, sepan que los puertorriqueños
se encontraron y se representaron con realidad y maestría.
Sé que ya casi no hay periodistas especializados en el arte, mucho
menos en el teatro. No pretendo serlo yo. Simplemente soy una espectadora que disfruta
de la literatura, respeta a los artistas reales y el arte.
Escribo desde los espacios más recónditos de mi corazón porque nuestra
cultura no puede morir, a menos que lo permitamos todos. Por eso hay que
reconocer cuando se hace un buen trabajo actoral y de literatura como es esta
obra.
El elenco, los técnicos y todo el personal de la Compañía Nacional
de Teatro nos pone a reflexionar y a entender que quizás, muchos de los prejuicios
que tenemos como sociedad se forjaron en ese siglo 19 cuando se formó nuestra identidad
puertorriqueña, y todavía pesan.
La obra se presenta en la Sala Experimental Carlos Marichal por
tres fines de semana, en funciones viernes y sábado, a las 8:30 de la noche, y
domingo, a las 4:30 de la tarde. La entrada es libre de costo (190 butacas),
con algunas restricciones, y por orden de llegada. Debido al contenido de la
pieza no se admitirán menores de 18 años. Para más detalles www.institutoalejandrotapia.org
o el Centro de Bellas Artes.
Aunque la prensa no la reseñe, es imperativo
que se vea esta obra y quienes la vean, compartan lo excelente que ha sido. Es
una responsabilidad de todo puertorriqueño que se respete a si mismo y a su
historia. Quien quiera conocer un aspecto indeleble de nuestra formación como
puertorriqueños tiene que ver 1843 Por Maricón.