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Channel: En Blanco y Negro con Sandra
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Duele

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Iris Joelys Crespo Cabrera y sus hijos (Foto: Metro)

(NOTA: Esta columna fue publicada en NotiCel el 22 de diciembre de 2019 - https://www.noticel.com/opiniones/blogs/en-blanco-y-negro-con-sandra/duele/1153416453 )

“La muerte no espera a ninguno”, decía Don Bosco. ¡Cuánto pensé en esa frase y cuanto dolor trae el saber que la muerte llega cuando menos lo esperas! Es incierto cuanto te toque, por eso hay que aprender a vivir cada día al máximo, como si fueras a morir hoy. Es así de sencillo. Hoy quizás es el último día de tu vida, y la pregunta es: ¿lo viviste? O, mejor dicho, ¿te dejaron vivirlo?

Ayer una joven madre quizás no tuvo ni un segundo para pensar en eso. A Iris Joelys Crespo Cabrera la muerte la sacó de este plano en un accidente de tránsito. Perdió el control de su carro en plena avenida Piñero en San Juan, justo al lado del parking del ROTC de la Universidad de Puerto Rico. Eran tan sólo las siete de la mañana. Su Toyota Corolla color vino no aguantó el impacto contra una verja y después un poste de cemento. Iba con sus tres hijitos en el carro. La nena, de cinco años, murió en el acto. El nene, de siete, murió en el hospital, y el mayor, de ocho, fue operado y sigue hospitalizado. A cinco días de celebrar la Navidad, a su esposo Abraham Arroyo, empleado de las brigadas del Municipio de San Juan, le tocó el impensable horror de enterarse que su familia se vino abajo en cuestión de horas.

Era una familia unida y trabajadora la que enfrenta este dolor. ¿Cómo se vive cuando la muerte te mata en vida?, pensé. ¿Cómo uno se repone y recoge los pedazos de lo que fue tu vida cuando te lo arrancaron todo? ¿Cómo se supera ese dolor? Un dolor que nos une a todos, porque aún sin conocerlos, lo sentimos. Nos vemos ante su espejo porque sabemos que le puede pasar a cualquiera en el Puerto Rico del 2019.

Esta familia puertorriqueña que hoy sufre en plena Navidad, somos todos. A esta familia la mató mucho más que un accidente. La mató el sistema. La mató pobreza que no se acepta y que no se ve.  La destruyó la desigualdad, la angustia de tener que trabajar como esclavos, para sólo sobrevivir.

Iris Joelys tenía 24 años y era enfermera de profesión. Había cogido un tercer turno de trabajo cuidando de noche a viejitos, y esa mañana, dicen que el cansancio la venció. Especulan que se durmió guiando, mientras llevaba a sus nenes al cuido. Pero no. A ella no la mató el sueño. Murió de pobreza. Esa madre y sus hijitos fueron asesinados por la desigualdad, por la ansiedad del $7.25 por hora, por la angustia de sobrevivir. Puerto Rico los mató. Los sigue matando porque el padre y el hijo que queda, los demás familiares, tendrán que aprender de nuevo a vivir.

El Estado y sus privatizaciones, las leyes antiobreras y la reforma laboral, también la mataron. La mató el sistema que le arrebató y nos arrebata a todos los derechos. El derecho principal a la libertad se pierde porque el sistema nos esclaviza a tener a tener dos y tres part-timespara poder pagar la luz o el gas fluido que ahora va a subir. Esta es la violencia más cínica que existe, que más afecta porque mientras muchos la sentimos, el sistema no la quiere ver. La silencia entre titulares de noticias de quién se postula para el puesto político y a qué hijo sin talentos acomodan en puestos.

Pero la muerte no queda ahí. También vive con la tortura del cinismo. Esa que se propaga por los medios y las redes sociales cuando la gente ve los titulares de prensa y rápido acusa a una madre de irresponsable, como pasó con Iris Joelys. Que si no tenía cinturón de seguridad, que si iba rápido, que si le importa más el trabajo, decían muchos.
"Pues que se vaya a Estados Unidos" decía otro. "En este país no hay pobreza". "El pobre es pobre porque es un vago", "El que no tiene trabajo, es porque no busca", "Aquí hay oportunidades porque yo las encontré", comentaban otros. ¡Idiotas todos!  No salen de sus burbujas de enajenación, pensando que se vive con el mínimo. No aceptan que la crisis nos tocó a todos, hasta los que una vez fueron acomodados y hoy viven solos, abandonados por sus hijos y en la vejez deambulan y pasan hambre en casonas que una vez fueron mansiones. Hasta ahí llega la pobreza, porque tiene muchas caras.
Iris Joelys puedes ser tú que te tomas el tiempo de leer estas líneas. Puede ser un familiar tuyo, que, sin tú saberlo, pasa por necesidades y lo calla, porque eso también lo impone este sistema. El silencio. A mi esta noticia me tocó porque fácilmente pude ser yo en su lugar.
¿Cuántas veces no me he quedado dormida del cansancio por tanta faena diaria? ¿Cuántas veces me dicen vete, que afuera atienden mejor a tu hija? Vete, que afuera valoran tu integridad. Vete, que afuera valoran tu trabajo. Y una sigue. Y muele vidrio con el pecho, y sigue, porque cree en su país. Se trabaja desde las trincheras, y se apoyan las causas justas, pero la vida sigue y te vuelve a golpear. Te va matando lentamente porque tienes conciencia. Y sigues. Sigues sobreviviendo.

Y una se levanta, y prepara desayuno y corre a la escuela y al cuido, y a la terapia y al médico a esperar por horas, y a la farmacia. Y no te compras los zapatos porque tienes que guardar para los medicamentos de tu hija, pero sigues. Y te pones lipstick, y sonríes, y te compras el tinte en Walgreens porque los chavos no dan pal beauty’, y sigues, con cansancio. Sigues. Y cocinas y te buscas otro trabajo, y tampoco te da. Y tienes tres turnos y te levantas a las 4 de la mañana, y no duermes porque quizás tienes que hacer flanes para venderlos, o vendes carteras, o lo que sea. Y te reinventas como te obliga el maldito mantra ese de la superación. Y sonríes para que tus hijos te vean bien, y te callas cuando no sabes qué hacer con tus padres enfermos, pero no dejas de oír la caravana del político en la Navidad y todo te es tan ajeno a tu realidad. Y te callas. Te echas agua en la cara y ves tus ojeras. Las maquillas, y sigues. Se te escapa la vida trabajando, y te duermes guiando, y chocas. Te mueres. Entonces te juzgan.

No es justo. Duele. Este caso de Iris Joelys, igual que el de la maestra Alma Noemí Armenteros que murió en un accidente aún sin esclarecer en Caguas, nos golpean a todos en la cara diciéndonos que la violencia de este sistema es brutal.  Especialmente para las mujeres y las familias pobres. Nos condena al nacer, y nuestro castigo, es la violencia que ya ves, como dice el nuevo himno internacional.

El Puerto Rico que tenemos lo hemos matado y nos mata para atrás. Por eso la indignación y el dolor de este caso no puede ser un sentimiento momentáneo. Contra esta pobreza que no se discute tenemos que luchar y la tenemos que combatir, aún sabiendo que la vida es exigua.

“La muerte no espera a ninguno”, decía Don Bosco, pero el santo salesiano también decía: “No basta saber las cosas, es necesario practicarlas”. Hay que practicar el amor, La solidaridad, la compasión.

Sólo cuando realmente sabemos y entendemos que tenemos un tiempo limitado en la tierra, y que no tenemos manera de saber cuándo se acaba nuestro tiempo, entonces comenzaremos a vivir el día al máximo, como si fuera el único que tenemos. La vida, como la muerte, nos abren nuevos caminos.



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