Jaime Perelló y su esposa Rosa Vicente (Foto de Primera Hora) |
(NOTA: Esta columna fue publicada originalmente en NotiCel el 14 de septiembre de 2016 - http://www.noticel.com/blog/194821/culpable-el-malandro-o-la-prensa.html )
Hace poco Jaime Perelló hizo un media tour con su esposa para lavarse la cara mientras el testimonio de su amigo del alma y recaudador Anaudi Hernández en el Tribunal Federal lo acercaba al esquema de corrupción más reciente. Y la semana pasada, un periodista radial leyó al aire un mensaje de texto donde alguien se quejaba de cómo la noticia de este escándalo y el comentario constante en los medios le hacía daño a los hijos. La pregunta es: ¿quién es culpable, el malandro o la prensa?
El problema inherente del expresidente de la Cámara y de su esposa es el mismo de todos los políticos vinculados a esquemas de corrupción: no acaban de aprender el impacto de esto en su núcleo cercano. Olvidan a sus hijos y a su familia cuando están en el traqueteo o cerca de los traqueteros, pero los recuerdan cuando el escándalo les explota en la cara. Y cuando revienta el lío, rápido culpa a la prensa y a los periodistas de su infortunio. Si no los culpan, les pide a la prensa que les tire un toallazo.
Como mecanismo para tratar de influenciar al público o para tocar la fibra humana del periodista, las familias suelen reclamar cómo la publicidad de un tema los afecta. Ellos son las víctimas colaterales de la corrupción. Son los hijos, madres, hermanos, cuñados, sobrinos, tíos o esposas. Son la gente cercana al político involucrado en el esquema, que quizás no participó del problema directamente, pero sí tiene que recibir el escarnio cuando sale la verdad a flote.
A veces hay que ser crudo en los señalamientos, porque la gente necesita y quiere escuchar la verdad. Además, la gente sabe que como pasa con la llamada ola criminal, también hemos sido arropados por la ola de la corrupción. Puerto Rico lleva más de 20 años con políticos que venden influencias, que usan sus puestos para beneficiar a amigos y a ellos mismos, y como resultado tenemos a un gobierno en bancarrota, y con peores servicios a la ciudadanía.
Una de las funciones máximas de la prensa es investigar y relatar los hechos tal y como acontecen. Y desde hace unas semanas, el relato principal ante la opinión pública se recibe de cada uno de los testigos que desfilan por la corte federal en el caso de Anaudi. Es indudable que la prensa tiene que sacar esa noticia y eso no significa que se excedan en el tema.
Esto tampoco quiere decir que no se reconozcan los excesos en la prensa. Los hay. Sobre todo ocurren en coberturas de naturaleza criminalidad, como cuando arrestan a una persona, y los periodistas le caen arriba con las cámaras, violándole muchas veces el derecho del imputado a no auto incriminarse, o a evitar que se prejuzgue. Eso sí limita el derecho de un imputado a un juicio justo. Si la persona después sale bien o sale inocente del caso, no se le da la misma cobertura noticiosa que hicieron durante el proceso de enjuiciarlo en el tribunal de la opinión pública. Esas son las cosas que al interior del gremio, entre periodistas y medios, se tienen que seguir discutiendo para mejorar.
Por años la Asociación de Periodistas, el Overseas Press Club y hasta el Centro de Periodismo Investigativo han realizado foros sobre el tema junto a la Oficina de la Administración de Tribunales, jueces del Tribunal Supremo, las escuelas de derecho, el Departamento de Justicia, la Policía y otros componentes de este sector. Se han dado talleres para adiestrar a los periodistas y a veces han funcionado, porque debe ser un esfuerzo constante. Pero una cosa es esa, y otra que el político y los familiares del político quieran culpar al periodista de que la publicidad excesiva los afecta.
En el caso de Perelló, el mensaje que quieren transmitir es que por culpa de la prensa la familia está sufriendo. Eso tenía que haberlo pensado Perelló antes de traquetear con Anaudi. Pedirle toallazos de la prensa no se justifica. Cierto es que su familia no tiene culpa, pero el que los expuso al escarnio fue él mismo. Incluso, no podemos olvidar que su esposa, Rosa Vicente, labora o era empleada en la Administración de Derecho al Trabajo, cuya ex administradora es Sally López, una de las 10 acusadas por el esquema de fraude gestionado por Anaudi a favor del PPD. ¿De qué vale entonces curarse en salud? ¿Pensó en su familia antes de mezclarse con Anaudi?
Perelló repite el mismo patrón de otros casos. Bajo el gobierno del PNP todavía están vivos en la memoria casos parecidos en donde los familiares de los acusados reaccionaban igual. No podemos olvidar, por ejemplo, el impacto visible que tuvo en el ex Ombusdman, don Adolfo De Castro, cuya salud se fue deteriorando ante las cámaras mientras acompañaba durante el juicio y convicción a su hijo, el ex legislador Jorge De Castro Font.
Asimismo, el hoy legislador Gary Rodríguez, siendo aún un adolescente, reaccionó agresivo y molesto a los periodistas cuando le hacíamos preguntas a su padre, el ex alcalde de Toa Alta, Ángel “Buzo” Rodríguez, en la última conferencia de prensa que dio en su casa antes de ser trasladado a prisión por corrupción. El ex alcalde fue convicto en el 1999 y acusado de extorsión a un contratista.
“Déjalos, que están haciendo su trabajo”, dijo sabiamente el ex alcalde, y su hijo bajó la mirada y calló. Era innegable percibir el dolor que se veía en sus ojos, al tener a su padre en esa situación tan penosa, pero su padre entendió la labor intrínseca, y a veces, sumamente difícil que tienen los periodistas cuando tienen que cubrir este tipo de noticias. Los periodistas en su función conocen a los políticos y establecen relaciones, y es normal que se conozca cómo las familias sufren en estos casos, pero la prensa tiene que cumplir su misión de informar.
En ese sentido, es innegable el dolor que pasa la familia, pero la culpa no es de la prensa. La culpa es del malandro que cometió el acto y no pensó en sus repercusiones. El problema no es del medio, es de quien decidió olvidarse de que se debe a un pueblo, que tenía que trabajar para un pueblo y no para su beneficio personal. Ese, que se olvidó que tiene una familia a su lado, que se afecta por sus decisiones.
Cuando ayudaba a sus amigos o robaba el dinero a los pobres de este país, no pensó en su familia. Cuando por el traqueteo dejó a estudiantes sin maestros, hizo que cerraran escuelas, que no haya hogares suficientes para viejitos o que cortaran servicios en un CDT, tampoco se acordó de su familia. Porque cuando a un político lo señalan, rápido se acuerda de Dios, se cuelgan un rosario del cuello y se meten una Biblia debajo del brazo, como si fuera un desodorante anti corrupción. Es la misma imagen, corrupto tras corrupto, pero cuando traquetearon no se acordaron de Dios ni de sus hijos.
En estos casos la prensa también debería cuestionar la función de las agencias públicas. ¿Por qué el Departamento de la Familia no interviene en beneficio de unos hijos de un político que sufren maltrato emocional? Si hubiese sido en un caserío, probablemente ya le hubieran removido los hijos. ¿Dónde está la Procuradora de la Mujer apoyando a la esposa del político corrupto mencionado públicamente?
La verdad es que la prensa no tiene culpa de estos problemas. La culpa la tiene el político que decide ser un malandro.