Discoteca Pulse en Orlando, Florida (Foto CNN) |
(NOTA: Esta columna fue publicada originalmente en NotiCel el 15 de junio de 2016 http://www.noticel.com/blog/191452/odio.html)
Estamos en una era donde el odio reina. El odio se manifiesta en todo, desde el que habla por un micrófono en la radio hasta el que señala al que es diferente desde un púlpito. Desde el que insulta en las redes sociales al que opina distinto, hasta el que se burla en la calle de los demás. Y cuando ese odio alcanza niveles incontrolables, crea monstruos que hay que combatir. El domingo ese odio que anda suelto nos dio duro. Mató e hirió en Orlando a más de 100 personas inocentes en uno de los más atroces actos barbáricos jamás vistos. Nos jamaqueó, nos apretó el corazón a todos. La tragedia nos tocó de frente y el sentido de impotencia nos desgarró el alma.
El odio iba dirigido a la comunidad gay, pero también a los puertorriqueños y las demás minorías que viven en Orlando, esa gran meca de la ilusión y la esperanza. En esa ciudad que se asocia con el mundo de la fantasía de Disney, que representa el sueño americano a donde millones de boricuas van como peregrinación anual y otros han convertido en el municipio más grande de la diáspora, se convirtió de pronto en epicentro de la guerra contra los gays. Fue terrorismo en una de sus peores manifestaciones. El odio contaminó el ambiente y alteró la proyección de esa ciudad de la Florida central.
Pero ese odio tiene orígenes en otras esferas de la sociedad. Al interior de los hogares, en los lugares de empleo, en familias y centros religiosos. Donde quiera que no se acepte al que sea diferente, vive ese odio. Por desgracia tenemos todos que reconocer que donde más se filtra ese odio hacia todos los sectores es a través de los medios de comunicación. Y en el ataque terrorista que cegó tantas vidas en la discoteca Pulse de la ciudad de Orlando, ese discurso se filtró desde el primer momento.
En los Estados Unidos se vio desde el primer tuit que emitió el candidato republicano Donald Trump que leía “se los dije”, en clara referencia a su postura anti inmigrantes musulmanes. Se vio también en las expresiones de portavoces de Belcebú que dicen ser pastores evangélicos y se alegraron de las muertes de personas por ser de las comunidades lésbicas, homosexuales, transexuales y transgéneros. Ayer, se vio en Wall Street cuando las empresas relacionadas a la venta de armas y municiones aumentaron el valor de sus acciones.
Acá en Puerto Rico también se vio el odio un poco más disfrazado. Una manifestación fue la manera en que reaccionó, por ejemplo, el portavoz de la comunidad LGBTT Pedro Julio Serrano al acusar a pastores pentecostales de fomentar ese odio y responsabilizarlos por el acto de terrorismo. También se vio en la respuesta de algunos de esos líderes religiosos anti homosexuales como Wanda Rolón, cuando hizo responsable de Serrano de cualquier ataque contra líderes religiosos, sus familiares o hacia su persona. Ambos casos son las dos caras del mismo fundamentalismo. Fundamentalismo gay y fundamentalismo religioso. Si no están con ellos, están en su contra. Si no vives en su estilo de vida o no crees en lo mismo que ellos, no estás en su reino.
Por eso, en momentos de profundo dolor como el que se experimenta, es preciso seguir los mensajes de aquellas voces de la razón y la conciencia. Allá en Estados Unidos cono mensajes como los que dio el Presidente Obama o en la forma en que periodistas como Anderson Cooper de CNN abordaron el tema enfocándose en las víctimas en vez de repetir la imagen del victimario. Acá, líderes LGBTT como una Ada Conde, una Cecilia La Luz y un Pedro Peters quienes han hecho un llamado a la solidaridad y la razón, también merecen el respaldo unánime de la inmensa mayoría de la sociedad que lo que quiere es la paz. La jueza presidenta del Tribunal Supremo de Puerto Rico, Maite Oronoz, también hizo un llamado a la conciencia que merece reconocimiento. También hay que aplaudir a los sacerdotes y pastores que han acudido a los medios a llevar mensajes de apoyo y respeto, y a otros, como el capellán musulmán y analista Wilfredo Amr Ruiz, quien siempre nos alerta que los que profesan su fe suelen ser también víctimas del prejuicio y el odio como respuesta a la barbarie de fanáticos que no siguen los preceptos reales de esa religión.
Si una lección nos puede dar esta tragedia es que todos tenemos que ser tolerantes a las diferencias. La democracia crece en la diversidad, en el debate de ideas y en la libertad de pensamiento y creencias. En ese sentido, como consumidores de medios que somos, todos tenemos que saber discernir entre los que dicen la verdad y aquellos que fomentan el odio en sus discursos y exposiciones.
Hay que exigir balance en la discusión pública para que no se use la tragedia humana como pretexto para generar audiencias, para perpetuar estereotipos o fomentar más odio. Hay que luchar para erradicar el discrimen y conseguir más leyes que garanticen la igualdad protección de los derechos de todos, pero con respeto y disciplina. Respeto a las diferencias y disciplina para seguir al pie de la letra la Constitución que dice que todos somos iguales.
El odio nunca es vencido por el odio. Solo disminuye y se vence con amor. Amor es respeto a las diferencias, a la multiplicidad de opiniones y visiones, respeto al prójimo. El odio se combate educando, no fomentando más odio. Al fuego se le echa agua, no más gasolina para que siga quemando.