Habla el expresidente del Colegio de Abogados Eduardo Villanueva sobre la profesión, la responsabilidad, y lo incomprendida que a veces es la búsqueda de la justicia. Importante reflexión sobre esta clase profesional en su semana.
Por Eduardo Villanueva
Comienza esta, la semana del abogado que culmina el viernes 28 de junio en el Colegio de Abogadas y Abogados de Puerto Rico, día de la Junta Solemne, que este año se le dedica con mucho tino y justicia al querido compañero y maestro de muchos, Harry Anduze.
La profesión de abogado, especialmente de abogado defensor de causas civiles y penales, es una de las más incomprendidas y desconocidas en su esencia de búsqueda de la justicia. Abogar es hablar a nombre de otro, lo cual conlleva una profunda responsabilidad. Los abogados y abogadas que litigan, duermen menos que muchos.
Varias veces, en largas madrugadas, se despiertan pensando en un término a punto de vencer. También le ocurre a los notarios(as), para tratar de descifrar cómo acelerar un proceso y resolverlo dentro del término que dicta el juzgador o la regla civil o penal correspondiente.
Los juicios son públicos, lo que implica que nuestros aciertos, errores y expresiones, los verá mucha gente, tanto en sala y ahora por medios televisivos y electrónicos, lo cual pone una presión extra al trabajo que hemos de desempeñar.
Escuchaba hace un tiempo en un foro, a un juez del Apelativo, señalar que los jueces tenían que controlar al abogado que se emociona y dramatiza en exceso cuando hay prensa y cámaras de televisión. Olvidó señalar el señor juez, que igual ocurre con algunos compañeros y compañeras fiscales, que rozan lo melodramático cuando una cámara los filma en juicios públicos.
Cuando los abogados(as) invocamos la presunción de inocencia, el debido proceso de ley procesal y sustantivo, el derecho a juicio rápido y el derecho a ser juzgado con prueba admisible en derecho; que no sea fruto del árbol ponzoñoso, para lo cual radicamos moción de supresión de prueba, entonces diversos sectores que comentan casos, le llaman tecnicismos a lo que no es otra cosas que invocar la Constitución en defensa de los derechos de todo acusado.
Cuando los fiscales no prevalecen en regla seis, tienen segundo turno en alzada e igual en regla veintitrés de procedimiento penal, como he señalado antes. Ya van casi por tercer y cuarto turno. Pero a esos esfuerzos le llaman algunos: la defensa de los intereses del pueblo. El propio pueblo, que el día menos pensado, como decía el padre Fernando Picó, tendrá una o uno de sus miembros acusado, tiende a decir que los abogados retrasan casos y de nuevo levantan el mantra de tecnicismos, hasta que los necesitan ellos.
Como dijo Donald Trump a Hillary Clinton, una vez en un debate: “Ahora entiendo lo que quiere decir el derecho a no auto incriminarse y guardar silencio”.
Los jueces, los fiscales y los abogados, son todos abogados y abogadas. Defienden y representan intereses distintos y diversos en la búsqueda de la justicia. No son partes de una liga deportiva donde prevalece el más listo o el que más trucos conoce. Les toca la sagrada tarea de que la vida, la libertad, la propiedad y los derechos paterno y materno filiales sean protegidos al amparo del debido proceso de ley.
Sin abogados(as), en el rol que les toque ejercer eso no es posible. La noche oscura en que “el poder del hermano mayor”, como diría George Orwell, es lo que prevalece. Se pierde la libertad, la propiedad y la vida. Entonces hubiéramos querido tener abogados(as).