“No creo que la muerte de uno signifique un tapaboca a otro”
La agonía y posterior confirmación del asesinato del publicista José Enrique Gómez Saladín me dejó como a la inmensa mayoría: dolida, triste, enferma con mi país y con lo que veo que pasa impunemente a diario. Me lo sufrí como si fuera alguien conocido. Una vida robada para robarle 500 pesos.
Seguimos la narrativa de la desaparición, secuestro y asesinato de una persona por las redes sociales. No es el primer caso en el que se usan las redes sociales en Puerto Rico –recuerdo al comerciante decapitado cuyo sobrino puso la cabeza en un mostrador de cocina y subió las imágenes a la red–, pero en el caso de José Enrique lo vivimos hora tras hora. Vivimos el susto de que hubiese muerto, su aparición en la ATH y nuestra esperanza de que estuviese con vida. Luego la cara del matón robando en la ATH, los cuentos de la calle Padial en Caguas, la entrega del Bebo y su historia, la de las mujeres, la del padre/ ‘pastor’ de una de ellas, y lo de la tortura y el sinsentido. Entonces pasó: ya él era nuestro muerto.
Como si fuera un amigo, él era nuestro. Por eso ha sido tan fuerte la reacción y la ira contra los comentarios de La Comay por meterse con él. Y vino la defensa a su honra en voz de su viuda, y las esquelas y los comentarios. Comenzó la campaña de #TodosSomosJoseEnrique y ya no había espacio para analizar con cabeza fría lo que decía el FBI y la Policía de las circunstancias del crimen. Quien se atreviera a hablar de eso estaba frito porque iba en contra de la corriente de la masa.
El que osara criticar o pensar distinto a lo que ordenaba el fundamentalismo de las redes sociales era un paria. Pues acepto que yo lo soy porque aunque desde el primer día el caso me conmovió, también me trajo interrogantes. Plantearlas no me hace menos solidaria al dolor ajeno. Por el contrario, soy honesta. Es que en este país vivimos con máscaras, con imposturas de lo que no somos. Es un país de hipócritas.
Se promueve un boicot contra La Comay, pero lo hace la misma gente que corre a ver muertos en los noticiarios, que le encantan las películas a lo ‘Die Hard’ o ‘Scarface’, que le compran videojuegos violentos a niños como regalo, que se gozaron el nocaut que le estampó Márquez a Pacquiao el sábado, y que hablan de paz pero pocos mueven un dedo en acciones concretas en contra de la violencia como ser activistas o trabajar de voluntarios en sus comunidades.
Igual estoy en contra de que santifiquen a personas después de morir. Como pasó con el ‘Macho’ Camacho, pasó con el publicista y días después con la cantante de música ‘Tex Mex’ Jenni Rivera, a quien casi nadie conocía en Puerto Rico pero ya clamaban igual estribillo. Toda persona, por más simpático o buena gente que sea, tiene sus secretos. Algunos cometen sus pecados. Eso es ser un humano, no un mito.
Yo no soy José Enrique porque no creo que la muerte de uno signifique un tapaboca a otro. Que hablen lo que deseen, yo decido si te escucho o no, lo que me trae al boicot al programa de Kobbo Santarrosa.
Comienzo declarando que no me gusta el estilo de Kobbo. De hecho, confieso públicamente que en el 2006 fui su víctima. En medio de un divorcio, el tipo detrás de la muñeca me ofendió, se burló de mí, me pintó como canalla y mintió. Lloré de dolor, rabia e impotencia porque no comprendía hasta dónde podía llegar un comentario de ese ‘show’. Todavía hoy conservo copia del vídeo con las mentiras que salieron de la boca de Kobbo a través de La Comay y recuerdo que lo dejé pasar porque me concentré en mi proceso personal y en salir de ese dolor en vez de pelear con el titiritero.
Aborrezco como Kobbo se burla de los gordos, los viejos y los negros. Detesto como pretende sacar a todos los gays y lesbianas del clóset, y me saca por el techo cuando pretende ignorar que el país sabe que él tiene cristal en su techo. Pero nada de eso me dice que puedo callarle su boca. Por más grande que sea, él tiene su derecho a hablar y yo el mío a no escucharlo. Él promueve su odio, pero la gente lo sigue.
En mi primera columna semanal para este diario expliqué 10 razones por las cuales ‘La Comay es Prensa’ (1ro. de agosto de 2012). Todavía la gente recuerda y me critica esa columna, y yo insisto que ese programa ha investigado cosas que la Prensa tradicional abandonó. Reafirmo que aunque deteste los estilos de Kobbo, hace lo que la Prensa dejó de hacer y no me importa ser yo ahora la víctima del ‘bullying’ por defender la libertad de expresión de otro. Quizás eso también explica por qué no soy José Enrique.
No seamos hipócritas. Aquí la mayoría ve ese programa. Por eso pregunto, ¿qué hay detrás del boicot? En momentos en que la publicidad está cada vez más limitada, la excesiva cobertura del tema da la impresión de que ciertos medios se rasgan sus vestiduras de moralidad para tratar de atraer esos dólares a sus arcas.
Antes el boicot fue ‘No te duermas’ o a El Nuevo Día. Hoy es La Comay. Mañana, contra cualquiera. ¿No es acaso violencia lo que hacen en los noticiarios al preguntarle a alguien si perdona al asesino de un hijo que acaban de matar? ¿Por qué ponen a personas afectadas emocionalmente a tener que escoger en ese momento si va a aparecer en los medios como un cristiano que perdona o un pagano que quiere venganza? ¿Y filmar a alguien que llega a un hospital herido de bala, con la sangre chorreando por las sábanas, no es violencia? Esa persona no puede defenderse de los camarógrafos que invaden su intimidad herida. ¿No es igualmente reprochable ver en programas de comedia como se siguen burlando de los gays, de los dominicanos, de los viejos? Entonces, si somos honestos, tendríamos que iniciar boicots contra los noticiarios, contra los periódicos y contra casi todos los programas de televisión y radio.
Una vida es una vida, venga de donde venga. Lo que le pasó a José Enrique nos tiene aterrados, pero eso no quiere decir que voy a aprovechar esta coyuntura para limitar la expresión de otros ni para cantarme que soy él. Espero que no me toque la muerte por decir lo que siento, pero parecería que en este país hasta por pensar y decir cosas distintas a la moda se pretende matar a las voces disidentes. Yo soy yo.
(Columna semanal publicada en El Vocero el 12 de diciembre de 2012 - http://www.vocero.com/yo-no-soy-jose-enrique-opinion/)